Del baúl I

domingo, 8 de enero de 2012

Empiezo a recoger del baúl de LiveJournal todo lo que allí tenía para traspasarlo todo. Empezaré por este. 

Como si fuera real







                La habitación se encontraba vacía, blanca como la cal y ciertamente pacífica en todo ámbito. El frío calaba sus huesos, brindándole un grato escalofrío. No estaba del todo segura de cómo había llegado hasta allí ni por qué se encontraba en aquel lugar. Quizás lo correcto sería afirmar que no lo recordaba. No obstante, era como si realmente aquello no importara. Se hallaba en calma, pero algo —ese algo sobrenatural e instintivo— le decía que era justamente el sitio en donde debía estar.

 
                Apenas notaba lo que se hallaba a su alrededor, pero distinguió una mesa de color níveo, una silla y un gran ventanal que daba al exterior. Había algunos objetos sobre la mesa que inmediatamente atrajeron su atención, pese a que todo en su mente parecía desdibujado y borroso. Se acercó a paso resuelto, aún en profunda calma.
                Abrió los ojos con sorpresa cuando vio los objetos que se desplegaban frente a ella.
                Un arma de fuego, una cuchilla y un teléfono móvil que no dejaba de sonar.
                Miró a su alrededor, con la mirada repentinamente incómoda y sintiendo que su pulso aumentaba ostensiblemente. Intentó controlar aquellas sensaciones y se acercó a tocar los objetos, como si aún no pudiera creer que fueran reales. Pero lo eran. Estaban fríos bajo su roce y eran indudablemente sólidos. Ignoró campalmente el teléfono y asió la cuchilla con fuerza con su mano izquierda, sintiendo un cosquilleo en su muñeca al hacerlo. Sabía lo que significaba.

                La miró durante varios minutos con curiosidad, como una niña que no hubiera visto nada parecido en su vida. La cambió de mano, sintiendo su agradable peso en la diestra. Ya no sentía frío. Pero todo seguía igual de blanco. Cerró los ojos y la apoyó en su piel, sintiendo el frío antinatural de su hoja tocándola. 

                Un segundo después, gritó con asombro, viendo que su brazo estaba chorreante de sangre, pese a que no había hecho nada más que apoyar ligeramente la hoja en él. La apartó, algo asustada. El olor a metal inundó sus sentidos y sintió unos irrefrenables deseos de gritar… de gritar de felicidad. Nuevamente miró la hoja con curiosidad, viendo como la sangre se había acumulado en él, inverosímilmente. El rojo furioso invadió el blanco de sus sentidos.

                Soltó el arma, que cayó al suelo alfombrado con un ruido sordo y aplacado. Levantó su brazo herido y lo observó como si fuera algo fascinante y hermoso. Tocó las heridas, apretándolas con fuerza. Chilló de dolor, pero no dejó de presionar. Frío, agudo, profundo. 

                Real.

                Ilusorio.

                Negó con la cabeza, decepcionada. La lucidez era más clara que nunca y pese a que el suelo y el escritorio había sido manchado profusamente, se sentía llena de energía y profundamente clara. El sonido del teléfono se había hecho más fuerte, pero volvió a ignorarlo. Tomó el otro objeto de la mesa y con un paso firme, se acercó al ventanal, descubriendo un pequeño balcón. Salió y el olor salino del mar la golpeó de lleno, compitiendo con el intento óxido que seguía saliendo de su brazo.

                La visión del mar la hizo sonreír con ironía. Por supuesto, el océano no podía faltar en aquel escenario. Sus ojos se suavizaron y suspiró con nostalgia y ternura. Observó durante largos minutos el choque de las olas en los roqueríos y reflexionó. Tanto y a la vez tan poco. Demasiado y terrible. Inútil. Ingenuo. Noble. ¿Qué era lo esencial? Cobardía e instinto. Sinceridad. Amor. Muerte. 

                Decepción.

                Errar es humano. Perseverar en el error, diabólico.


                ¿Qué era el hombre, sino error?

                Rió alegremente. El mar seguía allí, tranquilo y bravo, frente a ella, llamándola al pasado. Alzó el brazo y sintió el frío del cañón en su sien. Sonrió y esperó, mientras observaba plácidamente hacia el mar.

                Rápidamente, su corazón se disparó. Miedo. Un sudor frío se formó en todo su cuerpo y comenzó a escuchar con más fuerza el latido frenético de su corazón que el bramar del mar. ¿A qué le temía? ¿A morir? ¿A cometer un error? Se recreó con su propio temor e incluso con su mano, ensangrentada todavía, se tomó el pulso en el cuello mientras pensaba en lo que sucedería si se resignaba. 

                Su respiración se hizo errática y entrecortada. El instinto gritaba en su interior. Sus oídos alcanzaron a escuchar el sonido del teléfono sonando con frenética urgencia. ¿Qué sucedía con aquel aparato? Negó con la cabeza, riéndose con hilaridad. Era claro que no podía.

                Bajó el brazo. Y sintió que su cuerpo también caía. Sus ojos estallaron en un dolor pegajoso y terrible que abrasó todos sus pensamientos. El arma rebotó en el suelo frío y cayó por el balcón. Sintió que la cabeza se le partía en dos, pero por alguna razón, no pudo dejar de reírse. El teléfono se apagó de pronto.
                El dolor desgarró su sien y se arrastró por su muñeca, renovado con la lucidez absurda que sentía. Gritó a la nada. Su cuerpo ardía en un hielo sin sentido. Volvió a gritar, chillando por un dolor que no tenía fin. Pero pronto una nebulosa se apoderó de su vista y el mar la arrastró en una marea que la cubrió por completo y la llevó consigo a algún lugar.

                Abrí los ojos con el ceño fruncido. El sueño se pegaba a mis párpados y debí luchar para mantenerme despierta y no volver a caer dormida. Presioné los ojos con fuerza para poder deshacerme de esa fuerza que me aplastaba. Sacudí la cabeza y me incorporé con cierta dificultad. 

                Decepción.

                Tomé mi muñeca por instinto, sintiéndola limpia y natural. Como siempre. Sonreí con ironía. Por supuesto. Los sueños, sueños son. Me restregué los ojos nuevamente y bostecé, pero salió más bien como un suspiro cansado. Me volví a recostar y traté de mantener la mente en blanco, pero era lógicamente imposible. Me comencé a reír, pero era una risa más bien histérica. El despertador sonó y rodé los ojos . Era hora de empezar un nuevo día. No obstante, mi mente había sido clara. Deseé quitarme aquello de la cabeza, pero estaba segura de que no tendría éxito.

                Simplemente debía ignorarlo, como siempre, aunque me encontré hallando fascinante el realismo de aquel nuevo sueño. Y nuevamente la contradicción se me hizo patente: ¿olvidar, rechazar, relegar o recoger, mantener, conservar, imbuirme? Deseaba no olvidar lo que había soñado. Y deseaba no volver a pensar en ello. Idiota.

                Hice acopio de mis fuerzas y me levanté, somnolienta, pero increíblemente lúcida. No había otra opción que simplemente seguir. Quizás bromearía al respecto, compartiría la experiencia como una anécdota graciosa y curiosa, la contaría como si fuera simplemente algo más de lo cual reírse y olvidar, como si su importancia fuera nula, como si su incidencia en mí fuera completamente irrelevante.

                Pero yo sabía y, en realidad, era evidente que no lo era.  

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