Del baúl VIII

domingo, 8 de enero de 2012

                Él me pidió que escribiera

                Él me pidió que escribiera, por supuesto. Suele hacerlo y yo siempre cumplo, porque los plazos y el deseo de que agrade lo que hago, suelen inspirarme. Así que aquí estoy, como siempre. La ansiedad a la página en blanco siempre es una traba importante, pero el oír el sonido de las teclas hundiéndose bajo mis dedos parece hacer fluir muchas cosas. 
 
                Está bien, está bien. No estamos aquí para eso. ¿Qué cómo es él? Cierto, eso es lo importante. Pues la verdad siempre es distinto. Cambiante. Un camaleón con patas y pelo rizado. ¿Si eso es malo y bueno? Es desconcertante muchas veces. En un rato, alegre, jovial, hiperactivo, bromista e insoportable; otras, pensativo, melancólico, cuestionando todo, mirando alrededor en busca de crudas respuestas. A veces eso me solía confundir un poco, pero realmente también era parte de su esencia.

                Físicamente, es alto. Sí, alto y delgado, como un palo de escoba terminado en una mata de rizos. Rizos rizos, que dan mil vueltas, retorciéndose una y otra vez. ¿Me preguntas por sus ojos? Podría escribir páginas sobre sus matices. No los he visto en bastante tiempo —para mí, demasiado—, pero recuerdo su forma dibujándose en mi memoria. Era como observar un círculo verde plagado de rayitas color marrón. Solía divertirme observar ese cúmulo de líneas, como un ojo dibujado a lápiz. Pero lo realmente hermoso era que no siempre era igual. Azul, verde, miel, marrón. Verdaderamente cambiante. Aparentemente era el clima. 

                ¿No me crees? Preguntáselo a quien quieras. Eran ojos de camaleón; por supuesto, eran sus ojos. Enmarcados por espesas cejas oscuras, que siempre se arqueaban al reírse. Recuerdo que le gustaba reírse de tonterías. Sus labios gruesos siempre pintaban una sonrisa en su rostro que acababa en una risa estruendosa que hacía entornar sus ojos. Aún la recuerdo en mis oídos, por lo general, en honor a alguna tontería, comentario ingenioso o situación graciosa. 

                ¿Por qué insistes en cómo era? Me agradaban sus manos, eran grandes y raras. Tenía una circulación de todos los demonios y se ponía azul con el frío. Me gustaba tocarlas cuando eso sucedía, porque mis dedos dejaban una marca amarilla en ellas. Era divertido. Recuerdo también la época en que usó su característica bufanda azul y blanca, que estaba llena de su aroma —¿Perfume? ¿Desodorante?—; era mullida y me evocaba a Australia. 

                Creo que el orden dejó de ser importante. Tengo muchas memorias —y a la vez, muy pocas— y hay muchas cosas que quisiera contar. Quizás sea mejor simplemente decirlas. Tú decidirás qué es lo que necesitas saber. Recuerdo que sus gustos musicales eran bastante pintorescos. Siguen siéndolo, claro. Apenas recuerdo las primeras que solía hacerme escuchar, pero algunas se quedaron en mi repertorio. DC Talk. “Ignition”. “99 times” o algo así. Y, más adelante, Lady Gaga. Sí, le encantaba y le encanta. Solía mostrarme las coreografías en su celular y realizarlas, cambiando ciertos pasos para hacerlos más apropiados para él.

                ¿Ya te conté que sentía atracción por la música, el baile, el canto? Diría que más por el baile, así se sentía pleno. En el grupo al que pertenecía, logró unirse a la sección de obras teatrales —musicales. Vi casi todas en las que participó. Recuerdo lo nervioso y ansioso que estaba cuando debió cantar “Madetolove” (en español, claro) la primera vez. Le salió fabuloso, me encantó la canción. Incluso a mi madre le fascinó, lo que es mucho decir. 

                Solía ir a clases de piano, que en ocasiones se le hacían un fastidio, pese a que tocaba muy bien. Tenía los dedos largos y flexibles, ideales para tocar y en una ocasión me llevó a su iglesia para mostrarme una canción. Era muy complicada o al menos así la vi yo, pero él la tocó como si fuera cosa de niños. Solía tocarla cuando hablábamos por teléfono. Je. Sí. Le encantaba poner música cuando debía estudiar. 

                ¿Te conté las rabias que pasé cuando debíamos repasar para algún examen, por lo general de física? Sí, la bendita física. No sabía por qué, pero siempre causaba problemas. Y cuando telefoneaba para estudiar, era rutina: una canción de fondo. Otra. Y otra. Y a veces nos poníamos a comentarlas, lo que nos hacía perder más tiempo. No obstante, mi paciencia era limitada y lo retaba para que se concentrara. Innumerables veces. 

                Era un distraído crónico. Volaba una mosca y él iba detrás, lo que me irritaba muchísimo, aunque también me daba risa. Muy en el fondo, eso sí. Solíamos discutir bastante y tengo grabadas en mi mente nuestras peleas, más que los buenos momentos. Pero esto no es sobre mí. ¿Te mencioné que era un genio dibujante? Sí, seguramente él lo negaría, pero deberías haber visto sus dibujos de edificios y catástrofes, un “reflejo de su inseguridad”. Eran demasiado detallados, perfectos, armónicos y todos se quedaban delirando al verlos. Ahora ha cambiado un poco, evolucionando hacia la figura humana, arriesgándose en otras áreas. Pero creo que siempre lo recordaré como el dibujante del Apocalipsis y el maestro de las ciudades. 

                Tengo varios dibujos suyos, aunque los mejores espero sigan en sus croquetas —que solían estar vacías, ya que dibujaba en los cuadernos. ¡Los cuadernos! Sí, eso me faltaba por contar. Solía aburrirse en clases bastante, lo que también me molestaba, por lo que inventaba nuevas formas de entretenerse. A veces simplemente era apuntar la materia a modo de poema o decorar el título. Pero otras veces se ponía en plan de artista. Recuerdo que el cuaderno de historia estaba lleno de ornamentos al estilo tribal. 

                Así como yo a veces gastaba hojas escribiendo tonterías, él las gastaba dibujando. Y quien se acercara a su cuaderno, descubría todo un mundo de tinta. A veces había más decorado que cosas importantes en sí, pero ese no era el punto. ¿Qué ahora me río? Claro. Pero entonces me molestaba, porque perdía apuntes y luego debía conseguírselos a última hora. El tiempo pone las cosas en perspectiva. Una perspectiva que él lograba con solo unos trazos.

                Con la comida era quisquilloso, mañoso y antojadizo. Comía poco, aunque en ocasiones se obsesionaba con un solo producto —galletas de avena, barras de cereales— y se atiborraba de él mientras le alcanzara el dinero. Recuerdo que a veces me pedía una galleta, sacaba y a mitad de camino se arrepentía, arruinando mi buena obra del día. Qué tiempos esos ¿eh?Los extraño, sí, pero tampoco los miro con el dolor del pasado. Los recuerdo con alegría, como si hubiéramos sido dos niños jugando, conociéndose durante tres años y luego siguiendo su camino. Y quizás lo éramos.

                Era pésimo jugando fútbol y era una realidad que le torturó durante mucho tiempo, hasta que intentó aceptarlo. No obstante, supongo que nunca consiguió superarlo mientras estuvo en el colegio, con cada día de deportes recordándoselo. Quizás lo haya logrado ahora, que no debe enfrentarse cada jueves, miércoles o viernes a la situación. ¿Por qué me río? Porque acaba de llegar a mi memoria un momento. Donde no deseaba jugar fútbol con los demás, le daban ejercicios extras para compensar. Bulplex. Y un miércoles debíamos memorizar un poema con calificación. Me acerqué a ayudarle a memorizar, mientras él continuaba realizando esos ejercicios. Memorizó. Y bromeamos con que cuando estuviera frente al profesor, tendría que hacer bulplex para acordarse. 

                Qué tontería ¿no? ¿Qué más deseas saber? Sí, era un chico alegre, jovial, siempre dispuesto a tenderle una mano a todos, incluso a los que —a mis ojos— no se lo merecían. Demasiado bueno para ser verdad, eso se aplicaba a él. Pero como todos, tenía bastantes rarezas. ¿Mencioné su afinidad con los terremotos? Los amaba y sigue amándolos. Cuando temblaba, en lugar de ponerse inquieto, se ponía eufórico y sonreía. A veces sujetaba los bancos del colegio y los zarandeaba para imitar un sismo, a veces asustando a un par de desprevenidos que no lo conocían tan bien.

                Con todo, no siempre una sonrisa adornaba su cara. También tengo grabadas en mi cabeza sus miradas cruzadas de pena, momentos en que bajaba los ojos y alzaba los brazos. Yo lo abrazaba, apretándolo fuertemente y controlando mi propia tristeza. Eran momentos que me afectaban mucho, pero en los que debía centrarme en él. No en mí. Odiaba verlo triste, pero había días en que se volvía melancólico, silencioso y taciturno. Todos tenemos altos y bajos ¿no? Él también.

                Era holgazán, amerita decir. A veces se rendía con facilidad, aunque con otras era increíblemente tozudo. Podría decir que era un muchacho muy distraído, al cual no le gustaba permanecer en un solo lugar. Eso me hería de él. Era cambiante, le gustaba el cambio y la variedad. No gustaba de permanecer en un solo grupo, con la misma gente o siquiera en el mismo banco de la sala. Yo, que gusto de la estabilidad y la estructura, lo encontraba incomprensible. Casi insultante, lo que fue también razón de algunas peleas. 

                Dudaba mucho de muchas cosas. Excepto de su verdadera fe. Pero sí dudaba de todo lo demás. Me hubiera gustado que no lo hiciera, pero también es natural. No le gustaba parecer “ñoño” o “nerd”, lo que me impacientaba bastante, ya que la superficialidad y yo pocas veces congeniábamos. ¡Odiaba Curauma! Sí, donde vivía. Decía que era muy helado, que estaba lejos, que no era su lugar. Y pensar que ahora está mucho más lejos. Aunque estoy segura de que sigue detestando Curauma. 

                Era y estoy segura de que sigue siendo un chico genial. También sé que quizás podría decir muchas más cosas sobre él, más importantes, más profundas. Era leal, comprensivo, buen amigo, brillante, ingenioso, idiota, extraño, dibujante, artista, disertador de Historia, crítico y risueño. No terminaría nunca de describirlo. Fue mi mejor amigo, mi peor pesadilla, un consuelo al teléfono y una irritación virtual. 

                Pero, por sobre todas las cosas, fue y seguirá siendo siempre mi gentil caballero.

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