Del baúl XVII

domingo, 8 de enero de 2012

Solo otro de esos días

Eso días en que algo está mal, en que quisiera romper a llorar, pese a no tener ningún motivo. Cuando pareciera que me ahogara, pese a que hay mucho aire a mi disposición. Cuando pareciera que ni las letras cobran un real sentido y simplemente me quedo con la mirada perdida, intentando encontrarle un sentido a mi dolor. Es extraño. Todos tenemos de esos días. Todos los superamos de un modo u otro. Es parte de la vida ¿no?

Tal vez exista algún maquiavélico jugador que se divierte con nuestro tormento y solo lo activa para contemplarlo. En realidad, ¿tiene importancia? Me siento cansada y no ha sucedido nada. Quizás ese sea el problema. Veo los días correr y las dudas parecer devorar todos mis pensamientos. El odio. El vacío.

El frío, un frío no agradable, no energizante, no aquel proveniente del invierno que parece zrevitalizar mi inspiración. Sino aquel que está dentro de mí y simplemente congela todo a su paso, sin dejar nada con una pizca de calor. Que simplemente me deja marchita, pese a lo cliché que pueda sonar. Hasta mis dedos parecen sentirse cansados, como si en realidad no quisieran escribir. ¿De qué sirve al final? ¿Para que alguien llegue y te diga que todo estará bien? ¿Le creas un momento y el cliclo se repita? ¿Qué sentido tiene tu vida, pequeña?

Todos lo hemos cuestionado alguna vez. Y hemos encontrado una respuesta, aunque sea temporal, porque de lo contrario no estaríamos aquí. Quizás simplemente muchos se hayan resignado a aceptar que no tiene un verdadero sentido, pero que no importa. Siguen adelante pese a eso. ¿Qué he hecho yo? ¿Qué quiero hacer yo? ¿Aceptarlo? ¿O luchar por encontrarle un significado, una justificación?

¿Pero para qué? Es solo otro de esos días. La tentación resurge, la controlo. Como siempre. Incluso mi dolor es rutinario, aburrido. Cierro los ojos, sintiéndolo en ellos, queriendo salir. Intento sonreír con ironía, quizás porque suena literario y poético y me río de verdad al pensarlo. Un piano suena en mis oídos. Porque el piano siempre es melancolía y dramatismo ¿no?

Ni siquiera sé qué más decir. No me voy a rendir, porque incluso eso implica decidir. Y no estoy segura de poder hacerlo. No vale la pena, después de todo. No cuando hay tantas cosas. Tantas cosas que podrían suceder. Siempre. ¿Esperanza de ilusos? ¿Y qué más importa al final? ¿Tener los ojos abiertos como platos, sangrantes y opacos? ¿O tenerlos un poco entornados, pero algo más brillantes?

No lo sé. En el fondo, tal vez mis palabras no tengan sentido. No sé qué siento. Ni qué quiero exactamente. Solo sé que pareciera que me estrangulan, pero que lo hacen suave y lentamente, como si quisieran pasar desapercibidos. Lo triste y lo cruel es que es un dolor que no mata. Y tampoco quiero que lo haga. El ser humano es contradictoria y se nubla ante sus propias emociones. ¿Es eso lo que me sucede a mí?

Me siento una esclava sin voluntad. Pero no por la opresión de otros, sino por la cobardía de mi propia alma. Necesito que alguien realmente pudiera sentir esto. Alguien que se acerque y me diga: “Descuida, puedes con ello”. No, no tú que menosprecias lo que no has sentido. Ni tú, que exageras lo que me está atormentando. Alguien que entienda. Que quiera entender. Alguien que deje de esbozar una sonrisa burlona cuando intento abrir mi corazón ante ella. Alguien que no me obligue a burlarme de lo que en realidad me está desgarrando. En el fondo, alguien en el que pueda confiar. No tú, que parece no importarte nada de lo que sucede. Ni tampoco tú, en quien confié para luego decepcionarme. Ni menos tú, en quien confío, pero temo hacerte daño.

En el fondo, para muchos es simple. Es algo sencillo, que debería solucionar sin tanto alboroto. Pero nunca será simple para mí. ¡Sí, ya sé qué es lo que piensas! ¡Sé que crees que me falta valor! ¿Acaso me conoces? ¿Acaso sabes qué he vivido cada segundo, sabes qué siento justo ahora? ¿Por qué piensas que algo de lo que estás diciendo puede servirme? No lo hace. Solo me estrangula un poco más fuerte.

Después de todo, ¿por qué habría de importarte? Solo otro de esos días de alguien que es solo otro más entre muchos de esa nebulosa de conocidos más allá de la distancia, cuya ausencia terminarías sin siquiera notar. No es como si debieras hacerlo, por cierto. Es como debe ser. Pero no me ayuda. Y necesito ayuda. La necesito demasiado… Pero no hoy. Fue ayer ¿sabes? Ese es el problema. Que cuando trato de tender mi mano para coger la tuya, no percibe nada. Nada. Durante horas y horas. Hasta que finalmente la tuya toma la mía, cuando ya no la necesitaba. Cuando se acostumbró solamente al viento a su alrededor.

Es cruel.

Pero, en el fondo, sé que no puedo confiarle esto a muchos. Y es triste, porque me gustaría hacerlo, porque yo siempre trato de dejar de lado mi propio vacío, mi propia amargura y dolor para insistir en un cortés “como estás”. Porque realmente quiero saber si están bien. Realmente quiero ayudarles si no lo están. Pero cuando es su pregunta la que me enfrento…

“¿Cómo estás?”

… pienso. Pienso en decirles la verdad y romper una letra tras otra para soltar algo de mi sangre. Pienso en sus reacciones, en lo que me dirán, en los propios problemas que sienten y en las propias preocupaciones que ya acumulan. ¿Por qué molestarles con lo mismo? Después de todo, es mi problema. Yo he de solucionarlo.

Y así es siempre.

“Todo bien, ¿y tú?”

Porque es solo otro de esos días.

Lo que no significa que duela menos.

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