¿Te gusta el dolor? [+16] - Segundo Capítulo

lunes, 13 de febrero de 2012



II



Su reacción fue tal como esperaba. Frunció el ceño, chasqueó la lengua, desvió la mirada y trató de seguir de largo, tratando de apartarlo y continuar su camino. Pero él trabó todo intento, interponiéndose infantil y tercamente con esa irritante y estúpida expresión en su cara de imbécil. Julie rodó los ojos y le pegó un empujón brusco, pero que no lo pilló con la guardia baja.

—¿Qué… quieres? —espetó, apretando los dientes y mirándolo con fiereza. Él se rió suavemente y alzó un poco las manos con una expresión burlona.

—Te gusta la rutina ¿eh? ¿Realmente pretendes que todos los días te diga exactamente lo mismo? —Se acercó, mientras ella permanecía con una expresión de desagrado y rechazo reflejada en sus labios apretados—. Quiero que admitas que tengo razón. —Se separó un poco, sonriendo ampliamente—. Luego podremos divertirnos mucho más.

Julie negó con la cabeza, profundamente molesta y por un instante, Ángel creyó que le iba dar una bofetada. No sería la primera vez, desde luego, pero ella sabía —y él también— que eso también sería darle la razón. Cualquier otra mujer a la que acosara de aquella forma y que le pegara una cachetada sería un evento sin mucha relevancia, pero con ella… encerraba otro sentido.

Ella suspiró y procuró pedirle con la mirada que se apartara para dejarle pasar. Se encogió de hombros y comenzaron a caminar pacientemente como si fueran dos colegas o conocidos que se acompañan en su camino a alguna parte. Ella volvió a repetirle lo mismo, denotando con cada palabra que le enfurecía tener que decirlas nuevamente. Ángel apenas escuchaba las mismas excusas de siempre: que no tenía razón, que no la conocía, que la dejara en paz, que no quería saber nada de él y que se arrepentía de haberle confiado ese pequeño secreto.

—Si hubiera sabido que eras tan idiota e insufrible, no lo habría hecho. —Esa era la forma en que terminaban todas sus peroratas que él ya había conocido de memoria, pero que siempre era paciente para escuchar. Le enternecía y le excitaba de una manera inexplicable cuando ella empezaba un nuevo día de aquella manera. Le enternecía, pues le parecía adorable la forma en que trataba de explicar y justificar su propia perversión, restándole importancia, ocultándola en lo más profundo de su ser. Y le excitaba pensar que él sería quien terminaría de corromper a la figura de nieve que había nacido ya con las marcas inconfundibles de la oscuridad.

—Además —agregó ella con un tono más tímido—, aunque llegaras a tener razón, ¡que no la tienes!, tampoco querría nada contigo, Ángel. —Se colocó las manos en los bolsillos, en uno de los muchos gestos que utilizaba para tratar de ignorarlo.

Él sonrió de oreja a oreja, sin disimular en un ápice su satisfacción. Sabía que tarde o temprano ella se daría cuenta de lo inútil que era negarse a lo que era realmente evidente, pero no creía que los progresos serían tan rápidos. ¡Ella acababa de admitir, lo quisiera o no, que tenía razón!

Ángel no dijo nada, reflexionando bien cuál sería su siguiente jugada. No quería que retrocediera ahora, que dudara de sus propias conclusiones. Aunque… realmente lo suyo nunca había sido jugar al paciente samaritano. Su sensatez era limitada. La tomó por el brazo y la volteó hacia sí, tirando algunas carpetas y papeles que llevaba en las manos debido a la brusquedad, y la besó con violencia, haciéndola retroceder hasta la pared.

Era un beso solo como él mismo: exigente, poderoso, impredecible, absoluto. Dominante. Ella se revolvió en su agarre, tratando de separarse y cuando finalmente logró retorcerse lo suficiente como para tener algo de venganza, le golpeó y empujó con todas sus fuerzas, a lo que él reaccionó retrocediendo, riéndose de su espíritu.

Esta vez sí llegó la tan predecible bofetada, que, sin embargo, no borró su sonrisa.

—¿¡Qué mierda te crees?! —gritó ella de forma bastante histérica, que lo hizo fruncir el ceño. Varios se pusieron a observarlos, murmurando lo patán que les parecía o que seguramente la estaba engañando. Rutina. Sus mentes grises no lograban salirse de los clichés, de lo repetido, de lo rutinario.

—¿Te gusta resistirte? —preguntó, frotándose un poco la mejilla—. Tal vez debería haberme quejado un poco ¿no? Para que realmente pudieras disfrutarlo…

—No soy una sádica —masculló ella entre dientes, apretando los puños. Su cabello había perdido la forma y estaba desordenado, estorbándole en el rostro. Tenía las mejillas encendidas y los ojos desorbitados—. ¡No me interesa tu mierda sadomasoquista! ¡Aléjate de mi vista, hijo de puta!

Ángel rodó los ojos y la tomó por las muñecas, a lo que ella respondió golpeándolo. Alzó las manos y retrocedió unos pasos, al ver que ya la gente comenzaba a interesarse especialmente. No le agradaba ser el centro de atención de aquella manera, además que detestaba tener que dar explicaciones a extraños.

—Estás haciendo un escándalo, cálmate —le dijo con una sonrisa que no era precisamente diplomática, pero que le costaba eliminar de su boca—. Mira, necesitas un momento, te esperaré en el correo. ¿Te parece? No puedes evitar pasar por allí. Luego a lo de siempre. Podemos hablar. —Se encogió de hombros—. Preferiría pasar a otras cosas directamente, pero ya que no conoces otros estados, fuera de la histeria y de la negación… tendremos que charlar.

Ella lo ignoró y comenzó a recoger agitadamente todos lo que se le había caído con el beso. Ángel estaba seguro de que acudiría a la cita, porque se sentía fascinada en la misma proporción que se sentía enojada. Le atraía su atención, le fascinaba que la persiguiera, al mismo tiempo que la asustaba. Le gustaba. Por eso no había tomado medidas más duras para alejarlo. No era como si pudiera, pero eso demostraba que, en el fondo… él tenía razón.

Ángel se alejó rápidamente, adelantándose a sus pasos, silbando suavemente, con las manos en los bolsillos. Sentía todo su cuerpo encendido como una llamarada, pero no le era difícil controlar sus propios impulsos. Lo llevaba haciendo desde siempre. La clave no era resistirse a la tentación, sino saber cuándo caer en ella. Y, por ahora, tendría que esperar. Era un hombre impetuoso, de decisiones rápidas y de planes ambiciosos. Ella era su objetivo. Y quizás no faltara tanto para hacerla caer.

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