¿Te gusta el dolor? [+16] - Sexto Capítulo

jueves, 23 de febrero de 2012

VI


—No entiendo para qué quieres recordar toda esa mierda. Sí, follamos. Sí, te dije algo así. Sí, creíste que era una sicópata sexual. ¿Qué más? No entiendo. Además, lo malinterpretaste. Estaba borracha, caliente… Me imaginaba a algún animal mordiéndote y por eso me…

—Tienes una boca de mierda cuando estás nerviosa ¿lo sabías? —Se burló él, a sabiendas que su cólera era simplemente una defensa cuando se sentía vulnerable—. Ahora sé que no te referías exactamente a lo que tenía en mente, pero no deja de ser… interesante.

Ella bufó por lo bajo y tomó un sorbo de cerveza, desviando la mirada. Desde aquel día, él insistió en saber más de ella, en hablarle, lo que era bastante ridículo. No tenía intenciones —consciente— de querer acostarse con él de nuevo, especialmente desde que se había puesto tan pesado. Eran sus fantasías, no las de él.

—Como sea. ¿Cuál es tu punto? —preguntó, cansada.

Ángel sonrió, cambiando de posición en el sofá y quedando acostado a lo largo de él, con la cerveza en el suelo. No tenía demasiados problemas en sentirse como en su propia casa —nido de perros, lo llamaba ella—, especialmente cuando ella vivía sola y no había nadie a quien quisiera impresionar,

—La idea de todo esto es explorar tus límites —Hizo una mueca pervertida a la que ella respondió con otra palabrota—. Antes eras una señorita ¿lo sabías?

—Solo cuando hay caballeros cerca.

—Vale, vale. La idea de esto es que yo pueda conocerte más y así juntos viajemos… —Vio la cara de desprecio y burla en su rostro, aún desde su posición—. Si admites ciertas cosas, verás que podrás disfrutar de un sexo más… intenso.

—¿Y si no quiero? —retrucó ella con una cara de póquer que habría engañado a la misma Kristen.

Él se incorporó un poco y la miró con una sonrisa de suficiencia que decía “Si no quisieras, ya me habrías echado a patadas”. Julie realmente detestaba cuando él se ponía en plan de sabelotodo, le irritaba de sobremanera. En aquellos momentos tenía tantas ganas de lanzarle el jarro de cerveza en la cara como de irse ella misma dando un portazo de indignación, pero no podía hacerlo sin que él lo interpretara como alguna manifestación de su perversión personal.

Ángel tomó los últimos restos de su jarro y se relamió los labios, como provocándola. “Podría recibir más respuesta de una puerta”, pensó, divertido, al ver su cara de indiferencia fingida. Se acercó a su bolso y sacó un DVD, para luego agitarlo graciosamente frente a la cara de la chica.

—La Pasión de Cristo —dijo ella, cruzada de brazos—. Hijo de puta… —Ángel vio como las manos le temblaban y cómo apretaba los dientes para no gritarle. Los colores desaparecieron de su rostro y una palidez vibrante se apoderó de sus mejillas—. ¿Cómo pudiste…? Sal de mi casa. ¡¡Sal ahora!!

—No.

Ella, por un instante, pareció quedarse aturdida con esa respuesta. Creyó explotar en una rabia histérica, siendo capaz en aquel estado de lanzarle todo lo que tuviera a mano, incluido los cuchillos que estaban peligrosamente a su vista en la cocina. Pero por una razón desconocida, simplemente se quedó allí, jadeante como si hubiera corrido una maratón, dolida.

—¿Por qué me haces esto? —preguntó, haciendo un gesto de impotencia con la mano y bajando la mirada. Se odió por sentirse vulnerable frente a quien hacía solo un par de meses no era más que un recuerdo escolar. ¿Por qué las cosas habían cambiado tanto? ¿Por qué él seguía persiguiéndola? ¿Por qué ella aceptaba?

Ángel se esperaba esa reacción eventualmente y suspiró con una expresión de resignación. Dejó la película en la mesa y la miró con suavidad, esperando a que el silencio hiciera más acogedoras sus palabras.

—No lo hago de cabrón, Julie. Esta —señaló la caja de la película— es una de las cosas que te hacen sentir mal con lo que eres. Con esa parte de ti, que debería ser un motivo de disfrute y naturalidad. —Sonrió un poco—. Si superas eso, podrás ser libre de esos límites.

—¿No has pensado… que tal vez no me interesa? —susurró ella, aún rehusándose a hacer contacto visual. Pudo ver como un par de lágrimas rebeldes resbalaban por sus mejillas, pese a sus esfuerzos de tratar de disimular que le había afectado—. ¿No has pensado en lo… sucia y asqueada que me siento cuando…? —Negó con la cabeza, derrumbándose en el sillón en el que estaba sentada. —Para ti todo es un juego ¿no? Te excita pensarlo y ya. No entiendes que para mí es diferente.

Ángel frunció el ceño. Sí lo entendía. Por eso mismo le había interesado, por lo diferente que era. ¿Cuántas chicas querían algo con él? Unas cuántas, sí. ¿Cuántas habían intentado meterlo en el rollo de la dominación, el sado y esas cosas? Otras tantas. Pero Julie era diferente. Tenía razón cuando decía que no era una sádica. No lo era. No le iba eso de andarle pegando a la gente. Pero el dolor la ponía a mil. Ver a alguien siendo golpeado, ver violencia, sentir deseo con escenas que debían causar horror. Sí, era morboso, raro, hasta sicópata. Pero a él le gustaba eso. Le gustaba que fuera diferente. ¿Qué culpa tenía?

—Vale, vale, mis razones no serán las más santas, Julie. —Se acercó a ella, haciendo un gesto de resignación con las manos—. No soy el mejor tipo. Pero me interesa que dejes esos perjuicios y tú también quieres aceptarte a ti misma. Quieres dejar de sentirte mal cuando sientas esos deseos.

—Ni que fuera gay. —Se rió ella, con esa risa que se parece a un sollozo.

—Hey, todos tienen sus líos. A ti te gusta ver a un tipo sangrante, golpeado, siendo pateado por una pandilla. A mí me pone imaginar que tú piensas eso. Somos la pareja ideal ¿eh? ¿Qué tal? ¿Lo intentamos otra vez?

Ella se secó el rastro de lágrimas con el dorso de la mano y soltó una carcajada cínica, mientras empujaba al tipo de vuelta al sofá. Se acercó a él lentamente, casi de forma insinuante y apegó sus labios a su oído, mientras su mano presionaba su pecho.

—Para eso… necesitaré más cerveza.

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