¿Te gusta el dolor? [+16] - Primer capítulo

lunes, 13 de febrero de 2012

I



Las imágenes no eran realmente agradables. Era repugnantes y harían estremecer a cualquiera que las viera o que las escuchara. Los golpes repetitivos, los quejidos, los alaridos, las amenazas, los golpes nuevamente. Bastarían para, cuanto menos, incomodar a quien presenciara esas escenas de brutalidad. Pero ella era diferente y Ángel lo sabía.

Una risa suave salió de sus labios cuando pensaba por enésima vez en aquella tarde que su nombre no era sino la más grande ironía de todas. Por supuesto, sus padres no habrían podido llamarle Satán —tampoco había que exagerar—, pero seguramente jamás imaginarían el cambio que aquel niño inocente y de ojos oscuros podría sufrir a lo largo de su vida. Se observó en el espejo durante un segundo con vanidad y cerró los ojos un momento.

El cabello rizado y corto contrastaba con sus rasgos afilados y los ojos penetrantes y vivaces. Era como si el cabello desgreñado y algo sin vida rechazara las etiquetas de perfección que el resto de su cuerpo se empeñaba en conseguir. Parecía un hombre corriente, vestido con ropa cómoda, holgada y clara, porque la oscuridad pasaba de moda rápidamente. Lo alegre era la norma actualmente.

—Alegría le llevaré —susurró para sí mismo, flexionando un poco los dedos, que crujieron generosamente y se pasó la mano por el pelo, en un vano intento por darle alguna forma. La camisa le molestaba un poco, por lo que se arremangó rápidamente y soltó un par de botones que aprisionaban su cuello. Asintió, sonriente, conforme con la estructura de su cuerpo.

Tomó su bolso y salió de su departamento con paso tranquilo, bajando las escaleras pausadamente, cual si llevara todo el tiempo del mundo. Era media mañana y ya la mayoría de los residentes de aquel discreto complejo de edificios estaba trabajando o en la escuela. Realmente qué normales y predecibles eran las vidas de todos. Llegando a casa, cansados, discutiendo con los hijos, haciendo el amor torpe y sosamente, durmiendo como muñecos de trapo sin dirección, preocupándose por problemas que realmente a nadie le importan y luego… volviendo a la rutina, como un ciclo que no suele detenerse.

¿Cómo podían hacerlo? Siempre se lo había preguntado. Era como si no se dieran cuenta del gris circo que interpretaban. Era como si realmente fueran felices viviendo como ratas obligadas a pelear por un trozo de basura. No se lo explicaba realmente. Él simplemente no podría hacerlo, se vería obligado de inmediato a hacer algo para sacudirse esa rutina. Cualquier cosa, fuera inteligente o no, buena o terrible. ¡Pero algo!

—Supongo que esa es la diferencia entre ellos y yo. —Sonrió con arrogancia al salir a la calle, viendo los automóviles pasando perezosamente frente al edificio. Con su natural expresión de suficiencia, Ángel apretó el paso y cruzó a la vereda de enfrente, riendo a carcajadas cuando la bocina y el insulto lo acompañaron en el camino.

«Qué gran manera de empezar este día».

Ella siempre desayunaba un té caliente en su pequeña pensión junto a la farmacia del centro. Era una novedad en comparación con los típicos cafeinómanos que poblaban el mundo moderno, pero de todas maneras seguía siendo una completa estupidez. El té también contenía cafeína y era bastante más desabrido que el café, al que podían darle mil y un sabores distintos. Ángel divisó rápidamente la ventana donde ella estaría lista para salir a sus trámites y se apoyó en el mismo árbol de siempre, desde donde obtenía una panorámica estupenda sin ser descubierto él mismo.

Rutina.

Los atrapaba a todos, en realidad, incluso a él en algunas ocasiones. Pero aquella vez —como todas las veces en que ella se involucraba— valía la pena. Una sonrisa maliciosa se formó en sus labios al imaginar la expresión de fingida irritación e indiferencia que tanto se esforzaba por configurar en su rostro. No sabía si esperaba realmente que él creyera toda esa farsa, pero se divertía siguiéndole la corriente, seguro de que la haría caer.

Si dejaras de resistirte a lo que eres, ambos lo disfrutaríamos.

Se relamió los labios y sintió su cuerpo reaccionar al verla salir apresuradamente del edificio. Y el joven no tardó más de unos cuantos segundos en estar frente a ella, de brazos cruzados.

—¿Qué tal amaneció hoy mi sádica favorita?

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