Escribir es fácil

viernes, 6 de julio de 2012

Escribir es sencillo. En realidad, es demasiado sencillo y básico. Tanto así, que actualmente lo consideramos un requisito esencial que toda persona debe cumplir. Y ¿acaso no sentimos lástima y cierto desconcierto cuando nos encontramos a personas que todavía no lo han aprendido?

Siempre he creído que escribir es uno de los artes más accesibles y sencillos. Ojo, nunca he dicho que ser el próximo Cervantes es pan comido. O que puedes escribir una obra maestra en un pestañeo. Solo dije que escribir es fácil ¿y acaso no lo es? Lo aprendemos de niños si somos lo suficientemente afortunados para tener acceso a una buena educación y vamos desarrollando nuestra forma de escribir a medida que el tiempo pasa. Así, sin mayor esfuerzo. Por inercia.

Pero no requiere del mismo talento que precisa un dibujante, un escultor, un actor o un fotógrafo. Solo necesitas saber el alfabeto, haber leído unos cuántos libros y tener hoja y papel. Un computador o una máquina de escribir si quieres ser más tecnológico. Y eso sería. Nada más: ponte a escribir. Eso es todo lo que necesitas. Ni siquiera necesitas talento, en realidad, porque eso lo puedes ir puliendo con el tiempo. Quizás aprendas que hay reglas gramaticales que seguir, aunque hay autores que tampoco las toman en serio.

Descubrirás cómo desarrollar un buen personaje, pero nuevamente hay autores que rompen todos los esquemas. Encontrarás la mejor forma de armar una trama y, al mismo tiempo, encontrarás a que ¡oh, cómo no!, hizo todo lo contrario y le salió bien. No hay muchas reglas en realidad. Si quieres escribir solo por escribir, no necesitas saber más que eso: cómo escribir.

Ahora… ¿quieres ser bueno escribiendo? Claro, eso es una cosa totalmente distinta. Aunque sigo creyendo que es mucho más sencillo ser bueno escribiendo, que bueno dibujando o bueno actuando. O puede que simplemente me sea mucho más fácil a mí y a otros, que nacieron con el don del dibujo o la actuación, también les parezca igual de sencillo su campo. Para mí, cualquiera ―absolutamente cualquiera― tiene la opción de ser un buen escritor si se dedica. Después de todo, no necesitas realmente tener el don de la proporción o la capacidad de ser natural mientras lloras frente a la cámara.

Solo necesitas saber cómo puntuar y que “había” es el verbo más irregular que hay en la vida. Y fin. Y con ello no menosprecio a los grandes maestros de la literatura, por eso son: maestros. Y de esos, hay muy pocos en toda la historia. Pero vamos… primero pensemos en algo más sencillo. La casa no se empieza por el tejado ¿no es así?

El problema de escribir llega cuando quieres que tu historia sea leída y sea interesante. Es decir, cuando la gente se pregunte: “¿por qué me importa esta mierda?”, den una respuesta cuando hablen de tu historia. Que la gente se interese, se identifique, se emocione… es lo más difícil y el desafío más grande del escritor. La historia puede ser fabulosa, pero si no logras que al lector le importe que el héroe sufra y triunfe o que el villano muera… estás jodido simplemente.

Y aquí llego al punto: el temple de ánimo para escribir. Sí, en efecto, se requiere de cierto ánimo y cierta vibración del alma para que las palabras fluyan. Se requiere que el corazón lata de una manera tan única y especial y tus pensamientos fluyan y choquen en tu mente con una armonía que puede llegar a ser caos, pero sigue siendo armonía.

Y aquí es donde la jodiste.

Exacto. Mi temple de ánimo estaba estupendo, qué crees. Sufría como un gusano a punto de ser comido por un pájaro y podía escribir sobre ello. De vez en cuando las venas palpitaban y la ira se derramaba por la pantalla con facilidad, tiñendo de sangre mi visión. Otras veces las lágrimas empañaban las teclas y caían a través de las letras. Y otras veces el deseo encendía cada palabra.

―¿Y qué siento ahora?

No tengo idea, viejo.

No sé qué siento. No sé qué escribir ni cómo. Mi alma no vibra en la frecuencia que necesito y mi corazón anda loco, dando botes aquí y allá sin ritmo. Los pensamientos se ríen de mí, cambiando de forma, haciéndome avanzar y retroceder. Y todos gritan lo mismo: «Es culpa del viejo Argus». ¿Por qué? Porque se salió del campo de juego e hizo trizas la balanza.

Es su justa venganza, supongo. La venganza por haberle hecho lo mismo hace un tiempo, aunque sin darme cuenta. Así que escucho ahora su risa en mis oídos, burlándose de la pequeña aficionada tras la pantalla, recordando sus viejas glorias y restregándole por la cara que no puede repetirlas. Y rechino los dientes, creyéndome enojada, creyéndome decepcionada. Pero no es así. ¿O sí?

―¡Y tiene el descaro de llamarme mentirosa!

«¡Hombres!» No suficiente con deslizar su nostálgica sombra a través de lugares que están bajo mi completo territorio y siempre lo estarán, alza su dedo acusador y se ríe burlonamente de lo que realmente sentí. Sí, lloré, idiota. ¿Qué no lo crees? ¿Oigo tus bufidos? ¿Oigo tus ecos perdido? Puedes pudrirte en el infierno y seguir creyéndolo. Sé lo que sentí. Ahora, hazme el favor de recordármelo. ¡Oh, espera!

… Ya lo hiciste.

Así que sí, escribir es sencillo. Quiero que vuelva a serlo. El Lector Ideal no debería jugar al gato y al ratón. Y definitivamente el gato no debería ser tan cruel con el ratón. Debería recordar que el ratón también quiere jugar, que quiere hacerlo realmente, pero que ahora ya teme a las garras del gato y a sus ojos traicioneros. A sus promesas rotas de queso.

Así que esta aficionada a escritora, este pequeño ratón de biblioteca, este sidekick oculto de los héroes se enjuagará las lágrimas, jugará a que ignora al gato, al malvado secuaz, al lector escritor y esperará su próxima respuesta con la ansiedad y el miedo de que no vuelva a llegar. Soñará con el viejo Argus deje de malinterpretar sus palabras y rogará a Azar que le chico de la isla aprenda a leer sus escritos. Porque sí que no supiste entender lo que quise decir, aunque sí, todo fue en tu honor.

Y como siempre dije…. Escribir es fácil, amigos. Así que ale, tomad vuestras plumas, sentáos frente al escritorio y… dejad que algún idiota, un loco, un tarado inolvidable y único venga y os quite las ganas de escribir y borre vuestras ideas, reemplazándolas con emociones sin sentido. Que de eso se trata: de contar historias que luego no existen y de intentar cosas que luego acaban en la basura. De imaginar. De quedarte en blanco. De escribir páginas y páginas y que la luz se corte. De recibir Nobeles en los sueños. De competir contra enemigos y dragones. De soñar, de entender por qué la H es muda e insultar a la RAE por quitarle el acento a “solo”.

De ser quiénes somos y más en un mundo no existe. Y que existe. De imaginar que me estás leyendo. No tiene por qué tener coherencia; no tiene por qué tener sentido; no tiene por qué significar algo en realidad.


Después de todo, escribir es fácil ¿no?

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