Esas veces...

domingo, 26 de agosto de 2012

Todos rodearon al orador en una trifulca de cámaras y empujones. Cada periodista, reportero y corresponsal luchaba entre la multitud para conseguir la mejor foto, el mejor ángulo, la palabra precisa que podría aparecer en los titulares, la declaración insólita que podría armar una nueva polémica.

El orador trató de abrirse paso entre toda la muchedumbre, con un rostro acongojado y melancólico que, de seguro, despertaría las más absurdas y controversiales especulaciones de los medios. «Ese es el precio que es paga cuando todos están pendientes de ti».

―¡Señor! ¡Señor! ―clamaban las voces―. ¡Aquí para la exclusiva! ¿Qué tiene que decir esta vez? ―¿Cuántas veces no añoró momentos como ese? Que todo el mundo estuviera pendiente de sus palabras, que cada uno de esos buitres escaladores debiera acercar su micrófono y su cámara a su rostro.

Que nadie volviera a ignorarlo. Y ahora...

―No tengo nada que decir. ―Fueron sus únicas palabras y rápidamente se abrió paso entre todos esos cuerpos estupefactos, mientras una única lágrima imperceptible se abría paso entre sus ojos.

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