Ideas

viernes, 14 de septiembre de 2012

Es imposible cambiar de opinión.

O, al menos, es muy difícil cuando se trata de temas importantes.

Dicen que es parte de nuestra estructura pensar de tal o cual manera, ser afín a tal o cual ideología, inclinarte o no por cierta fe. Y una vez que eso se ha arraigado en nuestras almas, dicen que es muy difícil cambiar. Cuestionar las propias creencias parece ser algo que el instinto prohibe y que la mente rechaza. Cuestionar lo que uno en lo más profundo de su ser piensa y valora, es algo casi imposible.

Y me consta, por supuesto. Gente cuyas ideas son primero tibias y luego ardientes de pasión y fanatismo. Incluso gente cínica, cuya primacía de su propio beneficio no admite prueba en contrario. Son solo aquellos que no tienen ideas firmes sobre un tema que consideren importante, los que se ven influenciados por las de otros. Los que se convencen de una causa o se inclinan por un partido político.

¿Por qué yo entonces me cuestiono cada vez la fe en un Dios, la justicia de mi país, la compasión con los animales, la tolerancia de otros? ¿Acaso mis ideas son solo tibias, maleables para los intereses de muchos otros? ¿O será que nadie realmente se para a pensar... si puede llegar a estar equivocado?

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