Títere del destino

sábado, 8 de septiembre de 2012

Mientras escribía, el señor D podía decir que era relativamente feliz. No demasiado, por supuesto. Pero tampoco era infeliz. Se sentía etéreo y poderoso, invencible como un dios, delicado como una brisa, cursi como la luna deslizándose sobre la piel de dos amantes y duro como la espada del gladiador sobre la carne y sangre de su enemigo.

No sabía hacer otra cosa en sus tiempos libres. O quizás era que no sabía hacer otra cosa. Dejaba de importar si era de derecha o izquierda, si era cristiano o ateo, si era blanco o negro, si ella era una dama o una vulgar fulana. Nada importaba. Solo las pequeñas doncellas negras que modelaban sobre las hojas algo amarillas que tenía sobre la mesa.

Era feliz escribiendo porque podía mentir sin que nadie lo supiera. Y podía decir la verdad sin que nadie la creyera. Los matices se difuminaban y todo el mundo era exactamente como él quería que fuera. Se encorvó un poco más y releyó la última línea que había escrito.

"Si pudiera elegir a quién amar, quisiera enamorarme de un escritor ―dijo la joven estudiante, soltando un suspiro junto al pesado libro de Cálculo que estaba leyendo"

El señor D sonrió y se levantó dela silla con los miembros agarrotados y cansados por los años. Su estilo parecía decaer y renacer a medida que pasaban los días. Pero era feliz escribiendo. Incluso aunque solo fuera la triste y vacía felicidad del personaje ocasional de la novela de alguien que no conocía.

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