El fluir de las eras

viernes, 5 de octubre de 2012




 «La nueva era apenas acaba de comenzar. 
Todo llegará.» ― Rurouni Kenshin. Tomo 18, página 135.


***

¿Cómo describirlo siquiera?

Tic tac, no hay nada. Tic tac, no tienes noticias. Tic tac, el corazón se siente como el alimento de hormigas. Tic tac y las horas se arrastran en milenios que parecen congelarse. Serpientes que te envuelven como seda y que te seducen con su veneno. Pero esperas, pero inventas, imaginas y tapas tu garganta con una serenidad impuesta a látigo.

Hasta que sucede.

El reloj deja de marcar el tiempo. El fuego abrasa tu abdomen como si te hubieran disparado a quemarropa. Un dolor dulce que se acompaña con la impaciencia de tu corazón que golpea la puerta una y otra vez, esperando salir, esperando gritar. Golpea y golpea contra tu pecho mientras sientes casi que la fuerza de aquello te atraviesa. Sientes que los días vuelven a ser de veinticuatro horas y pueden saborear la sal de las lágrimas que no van a caer, pero que se agolpan en tus ojos, deseosas también de leer.

Te das cuenta que no hay vuelta atrás para aquello, que siempre será igual. Una voz insidiosa susurra negros presagios en tu oído, pero el fuego lo quema todo, incluso aquella oscuridad. Tu alma alza su espada y amenaza con su brillo asesino a quien intente destruir esa certeza absoluta que se expande a lo largo de cada uno de los rincones de tu esencia.

Vuelves a enamorarte, como cada día, del mismo fantasma arrebatado, del mismo melancólico sonriente, del mismo escritor espadachín, del mismo vagabundo orgulloso, del mismo camarada que alza su copa para brindar. Sonríes. Das gracias porque así sea. ¿Quién más que él? Tenía que ser él, simplemente. 

Esperarás nuevamente con el reloj que ha reanudado su cuenta, con la serpiente que refunfuña en un rincón, molesta por tu felicidad, con el corazón tratando de recordar que bombear sangre es su función y no servir del tambor para la chica enamorada. Piensas en que el mañana puede deparar muchas cosas: puede que rías, puede que llores, puede que sangres o sonrías. 

Lo que es seguro es que amarás con más fuerza que hoy. Que una aventura de espadachines y venganzas será el escenario de sueños. No importa cuántas dificultades existan, porque cierto descuidado escritor te dio su permiso para convertirte en su sombra pegajosa. ¿Quién lo diría? Al final resultó ser que sí podías amar. 

Solo faltaba el idiota perfecto.

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