Sociedad

martes, 9 de octubre de 2012

«Raza esclava».

Cuando leyó esas palabras, Joaquín frunció el ceño y puso mala cara. Una mueca de cierta ironía y suficiencia se formó en sus rasgos juveniles y negó sutilmente con la cabeza, como si estuviera rechazando la afirmación de un orador invisible. Él no era ningún esclavo ni mucho menos. Era claro que mucha gente era esclava de las marcas, de la moda, de la estima de los otros, de sus deseos, de sus inseguridades, de sus sueños y de las personas, pero él no era uno de ellos.

«Nadie lo cree. Todos alguna vez han creído ser libres. Probablemente, tú te estés diciendo que no eres un esclavo».

¿Pero cómo…?

«Pero lo eres».

El muchacho cerró el libro de golpe y se levantó, estúpidamente furioso con esas palabras. Una vocecita en su cabeza le decía que si le daba tanta importancia a aquello era por alguna razón, pero desechó el pensamiento de inmediato. Estaba seguro de que mucha gente leería lo mismo y no se detendría ni siquiera un segundo para discutir con aquel terco orador, como él había hecho. ¿Eso significaría que su indiferencia los haría libre?

Quizás no era tan libre como había pensado en un principio, pero era sin duda un tipo bastante libre. No hacía lo que quería, pero no porque lo obligaran. No realmente ¿no era así? Tenía obligaciones y límites, pero si se ponía a pensarlo profundamente, él era libre de acatarlas o no. De elegir su vida. Era completamente libre de, en aquel momento, salir a la calle y no volver a su casa. O de regresar.

Por supuesto, el texto no iba por aquel lado. Era una crítica a la sociedad consumista, evidentemente. Actualmente, no había otra cosa. Era irónico como criticar la moda actual se había convertido en una moda. O quizás simplemente fuera que la gente estaba despertando. Tal vez seguía hundiéndose más aún en esos sueños. Joaquín se recostó en la silla y chasqueó con la lengua. Eso era lo malo de compenetrarse en algo: que lo dejaba aturdido por horas, en pensamientos vagos e inconexos que no parecían llevar a ningún lado.

«¿Soy un esclavo?» Se rascó la barbilla y observó de soslayo su reflejo en la pantalla negra del retrovisor. Largo, flacucho, de cabello algo desordenado y rasgos de crío. Sonrió. Un tipo como aquel que estaba mirando… realmente no importaba que fuera o no esclavo. Parecía bastante feliz. Quizás un poco frustrado porque todavía no conseguía terminar de ver Games of Thrones o algo irritado por no haber podido invitar a Sara al cine…

Se sentía libre. Tal vez era manipulado por la sociedad o por los medios, pero todavía le quedaban cerca de ochenta años de vida para poder arrancarse las cadenas que parecían existir. Por ahora… una pizza en Telepizza en aquel momento del estudio no venía nada mal.

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