Susurro: Solo niños

viernes, 8 de marzo de 2013

Cuando el niño salió afuera estaba lloviendo a cántaros. Sabía que su madre lo regañaría al volver por haber salido sin un impermeable o siquiera un paraguas, pero nunca había entendido por qué las madres odiaban tanto la lluvia o el barro. ¿Acaso no veían que eran la oportunidad para poder salir a jugar? 

Afuera, como era de esperarse, sus amigos le estaban esperando y nada más saludarse se echaron a correr calle abajo, ignorando las bocinas de los autos que se cruzaban en su camino, trepándose en las bancas de la plaza y gritando como lechuzas y tigres de la selva cada vez que veían algo que les llamara la atención.

Eran como una horda de bárbaros intentando conquistar Roma y el César era cada uno de los ingenuos transeúntes que empezaban ya a utilizar sus paraguas como lanzas contra ellos cuando pasaban corriendo, botando bolsas y levantando quejas. Cuando el niño volviera a casa empapado del pelo hasta los pies, sabía que iba a ser castigado, pero no le importó.

No llovía todos los días. Y después de todo, se dijo antes de estornudar, él era fuerte como un roble.

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