Susurro: Primavera de un día

sábado, 13 de julio de 2013

Huele a septiembre.

El viento corre en medio del naranja, el amarillo y el azul del paisaje, elevando recuerdos, memorias y hojas de papel. Sus ojos se cierran un momento con cansancio y sabe que todo su ser se pregunta dónde estará. No tiene respuesta. Quizás nunca la tenga, pero permite que la pregunta la inunde bajo el sol.

Juguetea con sus manos y observas las páginas amarillentas de su libreta en blanco. Casi puede ver los volantines, los helados, la gente paseando del brazo. Casi puede oler la carne asada de las fiestas patrias. Casi puede aspirar la hierba recién cortada.

Casi casi puede verlo a él.

Siente que sus dedos le gritan que se deje invadir por esa primavera de un día, que le de forma a las huellas del fantasma una vez más. Huellas que siempre intenta seguir en sus paseos nocturnos por su propia mente. Sin embargo, se resiste. Se resiste a manchar aquella magia de colores con sus propios trazos negros.

Quiere que ese aroma a primera vez, ese viento de futura nostalgia, ese paisaje de promesas estiradas dure para siempre. Dure un segundo más. Permanezca y se disuelva para quedarse como el recuerdo de un sabor dulce y salado que habían sido ellos.

Lentamente empieza a oscurecer. Ella sonríe y toca las hojas limpias que tiene en su regazo. Apoya la punta del lápiz y dibuja su nombre en un rincón de la página. Otra huella que seguir. Vuelve el invierno en un segundo, la gente se detiene y los colores se desvanecen para regresar a sus ropas grises, blancas y románticas.

―Es otro día… ―dice ella. Otro día de invierno con alma de primavera. Cuenta los días, pero se rehúsa a decir un número. Se pregunta. Sonríe. Cierra los ojos. Simplemente otro día de silencio. No llueve. Sus dedos ahora están fríos y no gritan absolutamente nada. 

Ya no huele a septiembre. Las hojas empiezan a llenarse de lágrimas y letras y el cielo se oscurece del todo. Casi puede ver las charcas de lluvia en las esquinas, el barro en los zapatos, los semblantes arrebujados en bufandas y las manos entumecidas. Casi puede oler la humedad de su cabello enredado. Casi puede aspirar el aroma invernal de la niebla nocturna.

Y mientras escribe… puede verlo a él. Otra vez.

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