De pie
entre la multitud de personas invisibles. Invisibles como yo. Como tú. El
vaivén que es siempre el mismo, a veces lento, a veces violento, que se repite
todos los días. Y de pie siempre en el mismo lugar, frente a la puerta, con el
brazo enroscado alrededor del barandal. El reflejo tosco en la ventana. Y esta
vez pensé… y volví a ti. En todas las cosas que fueron y dejaron de ser. En las
que siguen siendo las mismas. Y pensé en todo lo que podría contarte si tan
solo me escribieras.
Pero
luego me di cuenta de que sería mentira. Si me escribieras, sabrías que todo
sigue igual, que todo es rutina, como el vaivén del metro andando en las
profundidades. Que sigo en el mismo lugar y que mis pasos dejan todavía las
mismas huellas. Sabrías que no han pasado cosas maravillosas ni cosas
terribles, que solo hay pequeños detalles que se deshacen en el tiempo y que me
olvidaría de contarte. Sabrías que el tono de mis palabras es también el mismo
rasgueo torpe y agudo, que mis latidos siguen aún el mismo ritmo.
Si me
escribieras, no sabría qué escribirte, porque ya te he dicho tantas cosas que
quizás las hayas olvidado. Quizás dejaste de creerlas. Podría susurrar las
mismas sonrisas y los mismos temblores y seguirían siendo reales. Pero no
sabría qué decir para llenar esa burbuja de ideales que rodean tu imaginación,
esa soñadora expectación de que estás demasiado lejos, cuando en realidad, a
veces es tan solo a una letra de distancia. No sabría qué más decirte, pero
querría decírtelo todo de nuevo, cien veces más, hasta que se conviertan en
tatuajes entre nosotros.
Si me
escribieras, podrías describirme el aroma del aire por la mañana cuando te
despiertas, el respirar de tu pecho cuando tus ojos se pierden en la nada, el
sonido de tus pisadas contra el cemento, contra la arena, el sabor amargo del
tabaco que ya no es tabaco, que ya es amargura cínica en tu boca, el color de
tus sueños y tus pesadillas, la firmeza de tus trazos sobre la hoja, el ritmo
de tu risa por las noches, de tu silencio en la madrugada, el eco de tu soledad
y de tu fuerza. Podrías contar las hojas que arrastras con los pies y las
grietas que ya has memorizado en tu techo, podrías decirme cómo se sienten las
hojas de tus libros bajo tus dedos y el viento seco entre tus cabellos. Podrías
contarme cómo es una puta calle desierta a las nueve de la mañana y por qué no
me has escrito. Podrías balbucear palabras en otro idioma y simular sonrisas
torcidas. Podrías pintar tu vida, trazo a trazo, con tus palabras de mago
herido, de niño amable, de amigo eterno, de rebelde con banderas rotas, de
vagabundo de bolsillos amplios, de caminante sobre cristal. Y leería hasta
quedarme dormida, hasta que la sonrisa se grabara en mi reflejo, hasta que tus
rincones fueran un día de invierno detrás de mi ventana.
Si me
escribieras, invitaríamos a cenar a viejos barbudos con túnicas orientales que
gritarían hasta quedarse roncos. Y nos quedaríamos en silencio, esa muda
tirantez cómplice, de será o no una broma, de a ver hasta donde llegas.
Hablaríamos con bizantinos hasta beber té de hojas y cambiar el mundo en
páginas garabateadas un amanecer. Caminaría en silencio argumentando en mi
cabeza con tu voz juguetona susurrando risas y provocaciones. Romperíamos la
sociedad y la rearmaríamos de nuevo, tiraríamos de nuestros pensamientos hasta
que los países desaparecieran y nos quedáramos solo nosotros, en un mar de
ideas sueltas, de suspiros que no llegan a ninguna parte, de revoluciones que
nacen solo en nuestros rincones. Y el corazón me latería fuerte con cada argumento
y cada discusión, porque todo sería un juego y sería lo más importante.
Si me
escribieras, volveríamos a los silencios. A esos momentos de ausencia, de
estarás ahí o te habrás ido, de cuánto durarán estos mensajes, de amanecerá y
seguirás ahí. Y quedará en el aire todo lo que ya hemos dicho y todo lo que
fuimos. En silencio, guardado en el fondo en cajones desordenados, en papeles
manchados de té. Volvería el juego y la ansiedad, la alegría de cada mensaje,
la duda del mañana. Los secretos que ya nos contamos.
Si me
escribieras, sabrías que siento miedo de mis pasos y que constantemente vuelvo
al eco de nuestras conversaciones y de todas nuestras expectativas. Sabrías que
a veces cierro los ojos y la niebla me envuelve, que me empequeñezco por las
noches hasta ser tan solo un círculo de sueños trillados y despertares
confusos. Sabrías que dudo y que me gustaría que estuvieras ahí, para sonreír
con una seriedad burlesca y encogerte de hombros con el cigarrillo en la boca.
Me gustaría que supieras que a veces no sé si mis manos son de papel y saldré
volando a dónde no quiero ir. Y sabrías que a veces no sé qué es lo correcto y
que podríamos descubrirlo en una partida de ajedrez. Sabrías que me avergüenzo
cuando veo las páginas en blanco y las ideas amontonándose en una servilleta
vieja. Y quisiera ser una espadachín y un gato deslizándose por la oscuridad. Y
ser lágrima y dolor y no solo una taza de leche, y no solo expectativas
perdidas, y no solo fracasos silenciosos.
Si me
escribieras, fantasma, vagabundo, niño, villano, compañero de primaveras,
podría escribirte también y volver a bailar sobre papelitos rosados con aroma a
frutillas. Y seríamos de nuevo tú y yo.
Si me
escribieras, dejaría de extrañarte tanto y de recordar todo lo que fue y se
perdió con tus palabras. Si me escribieras sabría por qué no has escrito y
sabría que quizás quisieras olvidar los juegos de niños y las promesas y las
palabras que son realidad todavía en nuestras noches. Quizás así sea, ¿no?
Quizás ya te cansaste de correr en la misma dirección y ahora observas a la
distancia como un viajero cansado que se raspó las rodillas subiendo una
montaña. Quizás ya dijiste adiós todas esas tantas veces en que te despediste,
quizás te fuiste en uno de esos días en que no regresaste.
Pero
quizás no. Quizás seguimos siendo espectros y sueños rotos y letras bailarinas.
Quizás todavía recuerdes esos te quiero que nunca creíste y esas lágrimas que
se hicieron sal en tus dedos. Quizás todavía odies de la misma manera y juegues
con hechizos que nunca rompiste después. Quizás no olvides todavía que los
superhéroes nunca mueren, que los villanos siempre quedan. Quizás todavía sepas
que mis te quiero son más que palabras. Y que mis palabras son más que tres
minutos frente al ordenador. Quizás me recuerdes. Quizás sepas que yo no
olvido. Y que escribir es quererte.
Y si me
escribieras, solo una vez más…
Nos
encontraríamos donde siempre.
Si me
escribieras.